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Expresar emociones: algo más que sentido común

El nombre de Charles Darwin no le es indiferente a nadie. Este gran naturalista tuvo la particular virtud de ser un exquisito observador de su entorno, con una minuciosa y exhaustiva metodología científica. En 1872 escribió el libro “La expresión de las emociones en el hombre y los animales”, donde expone, justamente, la manera en que los humanos y los animales expresan sus emociones. Observó que un conjunto de expresiones faciales tenían mucha similitud entre el hombre y algunos animales y lo documentó, dando inicio, con ese importante aporte, a un debate que aún perdura, sobre la universalidad de las emociones. Y este no es el único debate en torno a las emociones; desde la psicología, neurociencia o antropología, las diferentes concepciones de las emociones destacan por los acentos puestos en las distintas cualidades de las mismas, y aunque no siempre se excluyen entre sí, tampoco logran una definición universalmente aceptada. Al igual que sucede con el sentido común, que no todos concebimos de la misma manera, pero sin embargo sabemos de qué hablamos cuando lo mencionamos. Nadie pone en duda la existencia de las emociones; la ira, el asco, la alegría, la tristeza, el miedo o la sorpresa son claramente identificados por todos.

 

“No podríamos vivir sin las emociones…la cuestión es cómo vivir mejor con ellas.”

Paul Ekman

 

El proceso educativo está en permanente observación y construcción. A lo largo del tiempo se han dado significativos y muchas veces arriesgados pasos, que hoy tenemos integrados como naturales. Un claro ejemplo es la educación en la primera infancia – durante años, la escolarización empezaba recién a los 6 años de edad. En los últimos tiempos, los avances en el campo de la neurociencia y el impacto de la teoría de las inteligencias múltiples, entre otros, han intensificado el debate pedagógico sobre la necesaria incorporación del papel de las emociones como uno de los aspectos fundamentales en la formación integral de nuestros niños.

Las emociones forman parte de los seres humanos; el proceso de descubrimiento y desarrollo de las mismas es simultáneo al crecimiento. El asunto es acompañar ese proceso de desarrollo y maduración para que el niño pueda ir encontrando las distintas formas de expresarse, considerando la dimensión social y teniendo en cuenta al otro, además de considerar sus propias necesidades. Esa dimensión social está conformada por sus pares, las niñas y niños de su entorno, y también por los adultos, quienes son sus referentes y donde el niño buscará las herramientas para su construcción personal, a partir de sentirse identificado y cuidado. No cabe duda de que el papel de los padres es primordial; esa diaria edificación de su persona comienza en casa, pero todos los demás adultos que lo rodean forman parte del mundo del cual el niño sacará los elementos referenciales para su formación. Tanto en el acto educativo como en la crianza, el niño es la parte más permeable del proceso, por lo tanto el adulto referente debe buscar aquellas herramientas que le permitan identificar los problemas y contar con las estrategias para su superación.

 

Un camino más actual y más integrado

Herramientas, recursos y mucho por andar

Diferentes caminos confluyen en la búsqueda de una mejor educación, integrada, complementaria y con una visión más humanista. La apelación a técnicas de concentración, respiración y autodescubrimiento milenarias se aplican pedagógicamente. En la práctica del mindfulness, el niño desarrolla la rutina de identificar sus emociones y aprender a expresarlas, de manera tal que su canalización le lleve a un autodescubrimiento y a una aceptación. Esta es una técnica que lo ayudará en su concentración para armonizar su capacidad cognitiva, sus relaciones sociales y sus habilidades emocionales en pro de un desarrollo pleno, y es un proceso al que se le debe orientar con la capacitación adecuada.

Este camino es una apuesta para construir un rico lenguaje emocional en la relación con los niños, donde el autodescubrimiento es la guía y a la vez lo que les permite ser capaces de ver al otro con respeto, en un desarrollo como seres integrados en contacto con su propio instinto.

Un lenguaje emocional significativo que se construya con experiencias vividas, integrado al ámbito curricular ya sea en expresiones artísticas u otras áreas, requiere de una preparación que permita al adulto trabajar en forma plena y complementaria a los diversos lenguajes emocionales, para ser un buen referente sin dejar de ser uno mismo. Explorar en los diversos lenguajes le facilita al docente una experiencia que se integra rápidamente a las prácticas educativas, incorporando una mirada más actual y más integrada.

 

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